El otro día
una amiga internauta escribía en un post como desde su entorno le recomendaban
no posicionarse en determinados temas o, al menos, no hacer tan visible su
descontento, habida cuenta de las amenazas más o menos veladas que sobre la
crítica, del tenor que esta sea es lo de menos, van sucediéndose. Confieso que
me sentí reflejada en ese “ten cuidado” que he oído más de una vez en estos
meses. Pese a ello, creo que debo seguir escribiendo en este blog lo que
siento, porque lo que no puedo es no hacer nada. No debo tampoco. No voy a hacer
como que las cosas no pasan….para esperar a que pasen. No, porque no creo que la inacción sea el camino.
Decía alguien
hace unos meses “quiero echarme a dormir
y despertar cuando esta pesadilla haya terminado”, pero no termina, el
desasosiego aumenta y el clamor ciudadano se va incrementando según los
resultados de las medidas adoptadas se perciben por una población cansada,
aturdida, exhausta de poner todo de su parte para que una pequeña parte viva
cada vez mejor.
No puedo
dejar de gritar, porque si lo hiciera estaría colaborando a que se extendiese
la infamia, que los funcionarios no son
los causantes de todos los males y que una rebaja más de sus exiguos sueldos no va a
sacarnos de una crisis en la que ellos no
nos han metido.
No puedo
dejar de gritar, aunque sea de este modo, que la Justicia está siendo mercantilizada,
que a partir del día de hoy, en que se comienzan a cobrar tasas injustificadas,
los más no tendremos posibilidad de recurrir decisiones que consideremos
injustas porque no tendremos recursos económicos para pagar los costes que
supone hacerlo.
No puedo
dejar de gritar, desde estas lineas, para que todos aquellos implicados en el desastre que asola el
país, todos ellos, paguen por lo que han hecho dando con sus huesos en la
cárcel.
Es imposible parar de gritar, aunque solo sea escribiéndolo, hasta
que la ciencia en España sea considerada un activo de primer nivel y financiada
adecuadamente para aprovechar el talento de nuestros jóvenes
investigadores, esos que tanto nos ha costado formar.
Hay que
gritar para que nos oigan que es más importante la
salud de los ciudadanos que las cuentas de resultados de la Unión Europea, hay que gritar para que los dependientes no sean olvidados por un Estado que se
define como Social.
Voy a gritar
porque no quiero que ningún chaval se quede sin comer como debe o no pueda estudiar
porque su familia no pueda costeárselo.
Voy a gritar hasta que los partidos políticos recuerden que su razón de ser es
la representación de la voluntad soberana del pueblo y que deben funcionar con democracia
y transparencia para volver a contar con la confianza ciudadana.
No voy a
dejar de gritar hasta que los ciudadanos participemos realmente en los asuntos
de gobierno y administración, porque echarle
la culpa a la política, al sistema, a sus costes, no deja de ser un engaño más
de esos mercados que pretenden decidir sobre nuestras vidas. Tenemos que gritar,
alto y claro que no sobra la política, hace falta más política y más
gente haciendo política.
Voy a gritar
que no quiero políticos deshonestos, corruptos e interesados, que no quiero
sindicalistas que no miren por los trabajadores, pero como quiero que
cada cual desarrolle su función de la mejor manera posible, sin criminalizarlos. Porque no creo en
la solución de quitar de en medio a los partidos o sindicatos, si las
actuales organizaciones no son perfectas lo que tenemos que hacer es trabajar
para cambiarlas pero, si en lugar de cambiarlas las destruimos, vendrá un “salvador”
a decirnos qué y cómo tenemos que hacer.
Voy a gritar
que quiero una Administración fuerte y poderosa, unos poderes públicos que
afronten la prestación de los servicios públicos sin discrecionalidad, desde la
esfera de lo público, porque nada me ha demostrado aún las ventajas del
ejercicio privado de las potestades públicas.
Voy a
gritar, por último, que no creo en la desilusión, en el desanimo ni en la
tristeza, creo en la fuerza de la ilusión, en la potencia de la alegría, en el ímpetu,
en la vitalidad que ofrece luchar por lo que se considera justo.
Nos quieren
tristes, desanimados y desilusionados, así estaremos más dispuestos a aceptar
cualquier decisión. Ya está inventado, y yo no quiero sufrir síndrome de Estocolmo,
por eso debemos gritar, desde la posición de ciudadanos libres y el respeto a la legalidad vigente, para que se oiga nuestro descontento y
nuestra decisión de no dejarnos avasallar.